De dónde nace el odio a las notas de voz

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Las notas de voz tienen mala prensa. ¿Por qué? Quizá porque nos obligan a asignar tiempo al otro. Incluso parece que molesta que nos pidan pararnos a escuchar. No estamos para esas.

Las nuevas dinámicas de consumo audiovisual nos han convertido en más impacientes que nunca, las redes sociales insisten en resumir la efectividad en 280 caracteres. Pero así la verdad queda coja. La prisa de escritura y lección hace saltar los matices por los aires. Consumado para que la indignación se expanda y la empatía se desvanezca.

Entre tanto ruido, fanfarroneamos de rebotar notas de voz. Egoístamente, claro. Tal vez estemos picando el arponcillo de un individualismo que cree no faltar escuchar a los demás. Para qué. Sentimos que tenemos más voz que nunca, nos creemos estar atendidos por el resto del mundo a través de nuestras cuentas de Twitter, Instagram o lo que sea. Aunque, al final, la longevo parte del tiempo sólo estemos escuchándonos a nosotros mismos.

«Benditas notas de voz, que son como cuadros impresionistas porque tienen sus tracitos más gruesos y más finos«, me dice Màxim Huerta en un intercambio de notas de voz en forma de abrazos. Acoger un audio de un amigo, habitual o conocido es como encontrarse con todos los rincones y texturas de la argumentación. El tono, la pausa, el requiebro en examen de la palabra correcta…





La nota de voz convierte al intercambio de ideas en más próximo y menos furioso. La nota de voz nos hace conectar, entendernos. Conocer que estás ahí, aunque estés allá. Pero, paradójicamente, el uso del teléfono móvil ya funciona principalmente al carrera visual. Y el audio no se puede repasar a desgracia de audiencia. Por eso mismo, los malentendidos o los propios bulos se expanden con tanta sencillez en la sociedad flagrante: el adjudicatario consume impactos visuales a tal velocidad que es realizable disgustarse más que comprenderse. Porque el diálogo no suena igual con la verdad de las entonaciones que con la frialdad de las abreviaturas. Ni siquiera con la ayuda del emoticón de gemir de risa que todo lo pretende relajar. Aunque en la vida positivo nadie se ría como ese dibujo.

Quizá no siempre haya tiempo para llamarse. Nos queda esa buena educación del temor a interrumpir o aturdir. Sin incautación, los recovecos  sonoros de la nota de voz, que se puede escuchar cuando el receptor quiera, son un flotador para entendernos. Si quisiéramos tener tiempo para entendernos, claro. 

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